miércoles, 21 de enero de 2015

In my opinion

El otro día leí en un periódico que alguien había olvidado en el metro una noticia que me dejo intrigada...

No era nada especial en realidad, no hablaba de la fianza de Bárcenas,  ni de los planes del BCE ni del precio del crudo... Era el 20 minutos del día anterior y contaba que el Ayuntamiento de Madrid está pensando organizar la segunda edición del Casting para músicos callejeros.

Uno de los propósitos de mi lista del 2015 (perfectamente superponible a la de años anteriores) es implicarme más en las cosas que suceden a mi alrededor.  Esforzarme en que me importe, involucrarme. Dejar de ser espectadora o neutral para pasar de la indiferencia a la opinión.

Pues bien, la primera opinión para los Castings municipales.

No sé si a los músicos del metro se les considera callejeros. Supongo que sí, aunque personalmente prefiero a los "etimológicamente verdaderos" callejeros.  (<--Opinión)

 El caso es que en el momento en que leía la noticia estaba en el metro y me quedaba un buen trecho (es lo que tiene que tu casa y tu trabajo se encuentren a una distancia equiparable a dos etapas del Camino de Santiago) y como uno no debe opinar sin conocimiento de causa decidí meterme en el papel y jugar un rato a " tú pasarías casting, tú no pasarías casting" con los músicos que me topara.

No piensen que no tengo cosas mejores que hacer o en las que pensar, por supuesto que sí, pero tengo la costumbre, no sé si mala o buena, de observar a la gente que me acompaña en el transporte público. Y hoy se sumaba a eso una curiosidad ¿periodística? En fin, que era personal.
  
La verdad es que no tuve mucha suerte porque esa mañana entraron  en el vagón pocas veces a cantar.

La primera que entró fue una mujer de mediana edad (muy socorrido este intervalo etario, por cierto), morena y pálida aunque hispanoamericana,  que extrajo un micrófono de su bolso y se puso a cantar un bolero a cappella. La voz bastante mediocre, y la puesta en escena... " ni chicha ni Limoná" .

El siguiente candidato fue un chico joven con la cabeza rapada que hizo una cover bastante lograda de En la casa de Inés de Guaraná. Hacía años que no escuchaba esa canción y decidí darle un point.

La última actuación ( para mí, aquel día) la protagonizó una pareja peculiar.
Los integrantes eran un hombre alto con cabello negro repeinado hacia atrás, y una adolesecente regordeta. Padre e hija según aclaró él más tarde.

No sé de que manera lo hicieron pero en un abrir y cerrar de ojos estaban plantados en medio del vagón, a tinglado montado.

El padre tecleaba en un órgano portátil la melodía del sesentero I love you baby  versión Orquesta de prau (de verbena para los que no tienen la suerte de ser asturianos), mientras anunciaba que su querida hija, colocada frente a él, con las manos apoyadas en el órgano y la cabeza teatralmente echada hacia atrás, iba a deleitarnos con una canción.

Emocionada por el despliegue de medios que esta última actuación traía consigo me quede mirando, primero expectante y después extrañada, como la chica balanceaba su cabeza de un lado a otro y movía los labios sin emitir sonido alguno. Un especie de playback sin voz de fondo.

Mi no comprender.

Pasó un buen rato hasta que el padre decidió acompañar la melodía él mismo.
Terminó la canción, pasó la gorrilla de rigor por delante de las narices de los " asistentes" (acto intimidatorio que no agrada en absoluto y que muchos tienen la costumbre de hacer), y ambos se fueron por donde habían venido.

Nadie parecía haberse sorprendido con la " canción que NO os va a cantar mi hija" . Es que la gente muchas veces no presta atención.  Me habría gustado poder comentarlo con alguien: a lo mejor la chica tenía miedo escénico. O era muda. O todo formaba parte del espectáculo. No lo sé.


(Para los curiosos: Volví a encontrármelos días más tarde, al  parecer son asiduos a la Línea 10 , y esta vez pude escuchar una débil voz femenina entonando palabras sueltas, lo que únicamente  despeja la incógnita del mutismo).

Un par de paradas después salí del metro, sin haber encontrado más artistas anónimos aquel día. Me fui a casa y confieso que tampoco pensé más en ello.

No hasta esta tarde.

Me encontraba en la Castellana, a la altura de Nuevos Ministerios, cuando escuché  una melodía que me erizó la piel.

No soy experta en flautas (no he vuelto a ver una de cerca desde  aquellas sufridas lecciones de música de primaria de las que ningún colegial se iba sin aprender el Himno de la alegría) así que no puedo describir del tipo que era ni, por tanto, el sonido que emitía. Sólo puedo decir que era muy agradable y que lo había escuchado más veces.

Lo había escuchado más veces porque es un sonido que siempre está ahí.

El artífice/ intérprete / músico es un hombre mayor que se sienta en el borde de la acera, de cara a la puerta de la boca del metro, para interpretar, día a día, canciones de las buenas.
De esas que ponen los pelos de punta a los transeúntes.

Ese hombre pasa sus tardes poniendo compás a nuestros pasos, gracia a nuestros encuentros, y melodía a nuestras vidas. Nos regala su música y su tiempo.

Y es uno de tantos.

Porque creo que eso es lo que hacen los músicos callejeros:  ponen banda sonora a  nuestras vidas.
A las ciudades. A los momentos.
Embellecen las calles y los ratos.

Y eso me gusta, es una opinión.

Me gusta una balada portuguesa en un rincón improvisado entre las empinadas  calles de Lisboa, una Vie en rose paseando por St Germain en París... Una cerveza al son de una guitarra en Covent Garden, o un tranquilo café en la plaza de San Ildefonso amenizado por percusionistas.

Me gusta la música que nos emociona de imprevisto.

Me gusta un desconocido que nos hace sonreír al reproducir, sin saberlo, nuestra canción favorita,  transformando así el día en uno un poquito mejor; y  creo que merece la pena sufrir un  Clavelitos de Mariachi a dos palmos de nuestro oído en el metro si dos calles más abajo nos va a sorprender un emotivo Haleluya.

Me gusta la música porque nos hace sentir. Y sentir bien.
Nos da color, vida. Nos acompaña. Tiñe el mundo acorde con nuestro ánimo.

Me gusta la música porque creo que es la forma de expresión más bonita que existe, e independientemente de los fines que lleven a cada uno a  su interpretación, considero que hay algo auténtico en ello que no se debería restringir de ninguna manera.

Me gusta la música y, por consiguiente, los músicos. Callejeros o no.

Pienso que los músicos callejeros son los artífices, como ya he dicho antes, de las bandas sonoras de las ciudades; que dan un encanto adicional al paisaje, un complemento que llena los distintos recovecos.
Y definitivamente pienso que no se puede dejar a los lugares sin banda sonora. Porque las bandas sonoras, son lo mejor de las películas.   (In my opinion).




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